diumenge, 23 de setembre del 2007

El Aleph, de Jorge Luís Borges. La fusión fría del cuento y el ensayo

Sobre los clásicos decía Jorge Luís Borges en un pequeño texto que por casualidad leí hace años y que formaba parte de una pequeña antología recogida por la editorial Bruguera en 1956, que verdaderamente el libro clásico no posee nada especial que lo diferencie de otros libros. Según el autor argentino, la diferencia más bien la deberíamos buscar en una determinada predisposición del lector y del momento histórico. Es decir, lo clásico lo determina el modo de acercarnos a la obra.

Sin duda, el libro clásico guarda un regusto de libro sagrado. Si bien en occidente no existe un libro sagrado, como el Talmud para la tradición judía, o el Corán para los musulmanes, lo cierto es que ciertos libros están rodeados de una áurea especial que los hace próximos a la vez que distantes e inaccesibles.

En el cuento del que vamos a hablar, titulado El Aleph, nos encontramos con uno de los textos más clásicos de la obra de Borges. Tanto por los elementos simbólicos empleados, de los que podemos destacar los libros, los espejos o las referencias a la cábala judía, como por la forma misma del relato. La difusa frontera entre el ensayo literario y el cuento, las múltiples citas bibliográficas que abren el texto como si se tratara del fuelle de una fragua, o la identificación del personaje principal con el narrador que es el alter ego del propio Borges. Por otro lado, los comentarios posteriores que ha suscitado este pequeño cuento han ayudado a inferir el status de clásico al mismo.

Pero analicemos, aunque sea de forma superficial la estructura del relato. Como decíamos, en el texto se combina el ensayo y el cuento, y es esta precisamente una de las habilidades del autor. Borges inserta una disertación literaria dentro de la propia ficción, ya que no es el narrador-escritor quien la expone sino los personajes.

Pero para aclarar este comentario podemos ver la diferencia del texto de Borges con otro cuento de un autor al que admiraba mucho: Edgar Alan Poe, y Los crímenes de la rue Morgue.

El cuento del escritor estadounidense, empieza con una extensa disertación sobre el lógica, la actividad intelectual i el razonamiento. Pero a diferencia de El Aleph de Borges, aquí es el narrador quien expone esta especie de tratado sobre la lógica a modo de introducción del relato. A decir verdad, y esto es sorprendente en el texto de Poe, la historia que se explica funciona como un ejemplo de la explicación teórica.

La diferencia con el texto de Borges es significativa ya que en El Aleph, como decíamos, son los personajes quienes discuten sobre literatura i exponen sus teorías literarias. En este sentido lo teórico y lo literario se encuentran hilvanados formando un dibujo literario de hermosa factura.

En cuanto al argumento, del que se han escrito infinitas interpretaciones, simplemente diremos que empieza con una pequeña alusión al amor que sintió el narrador por Beatriz y que podría hacernos pensar en una historia de amor, continua con la relación literaria entre los dos personajes principales, hasta la aparición de el Aleph, objeto extraordinario que trasforma el texto en un cuento fantástico, y finaliza con un canto al tiempo y el amor perdido.

Sobre el Aleph, y que significa para la cábala judía, el propio autor nos lo aclara en el cuento mismo y os emplazo a leerlo. Amor, literatura, poética, misterio, intriga, vértigo, cosmogonía y erudición se combinan en este maravilloso cuento que sin duda desborda a quien lo lee.

Es sin duda esta voluntad de unir en un relato realidades diferentes lo que ha hecho del escritor Argentino uno de los grandes de la literatura universal. Borges, elogiado por todos y repudiado a menudo como escritor inaccesible por el público actual, más cercano a literaturas de mercado como Dan Brown o J.K. Rowling, continua siendo un referente dentro de una determinada forma de literatura para la que el escritor debe intentar hacer cosas nuevas que obliguen a la propia literatura a mostrar su naturaleza fantástica. En este sentido podemos decir que lo clásico en Borges es ese espíritu de búsqueda, de contacto directo con la propia materia del escritor. Es decir, con el misterio que envuelve la palabra.

Antonio Martínez,
Roses,2007